04/19

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Una historia que hay que conocer

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Iolanda G. Madariaga

Maravillada una vez más con Titzina. Maravillada de cómo se pueden decir tantas cosas con tan pocos elementos. Hay que ver La Zanja para comprobar de nuevo que en la caja escénica cabe todo. Caben antiguas expediciones de conquistadores y grandes explotaciones transnacionales; caben hoteles, poblados, gallineros y una vaca en un prado. La Zanja habla del choque de dos mundos, habla de conquistas y de imperialismos. Habla de antiguas colonizaciones y del expolio al que son sometidos pueblos enteros, antes y ahora, por parte de una civilización devastadora y en nombre de una idea de progreso más que cuestionable. En el fondo está el reflejo de un proceso de aculturación que debilita, para acabar arrebatando, la identidad de los más débiles.

Pako Merino y Diego Lorca -o viceversa- son actores, directores y dramaturgos de sus propias obras. Creadores, en definitiva, de unos espectáculos que tratan temas de actualidad con voluntad de incidir en la perspectiva social, de denuncia o de reflexión. La sencillez -lejos de la simplicidad- marca sus espectáculos; una sencillez tan sólo aparente para llegar a un público amplio con mensajes claros. La sencillez se encuentra sobre todo en la economía de medios. Una sencillez que viene de destilar un ingente trabajo de documentación propiamente histórica, en este caso, y de recoger el testimonio de los protagonistas de su historia. Las giras de Titzina ha llevado a la compañía a los teatros de Latinoamérica en sus casi veinte años de vida. De este devenir han sabido hacer un observatorio privilegiado de donde surgen sus personajes. sudramatis personaees aquí, como en otros montajes, ingente: de Pizarro al inca Atahualpa, de Miguel, el ingeniero de una empresa transnacional, Alfredo, alcalde de Cajamarca (Perú), pasando por otros habitantes de la zona: el recepcionista de un hotel, ganaderos, agricultores, mineros. Todos los personajes aparecen claros, dibujados con pocos trazos pero con claridad diáfana. Interpretaciones de peso y solvencia, por unos personajes que tienen relieve gracias a sus contradicciones manifiestas, personajes que sudan humanidad. Y no necesitan grandes disfraces: el chaleco del ingeniero se convierte en una coraza del siglo XVI, sin ningún cambio aparente. Vale la pena destacar también la cuidada iluminación (Albert Anglada y Diego Lorca) que ubica a los personajes en una escena cambiante pero fuerza desnuda. La desnudez del espacio escénico se hace del todo imprescindible para representar una multitud de escenarios que huyen del concreto para resultar evocadores: evocar ahora un paisaje de antes, ahora un interior actual. El resto es palabra y gesto, presencia escénica y respeto por sus personajes, un gran amor por su profesión y una gran confianza en el poder del teatro.

La Zanja se estrenó en 2017, en 2018 participó en la 33 edición del Festival Iberoamericano de Cádiz, un encuentro exigente para los que desde este lado del Atlántico abordan el tema casi tabú de la conquista de América . Merino y Lorca saben, seguro, escuchar y de ahí su particular y magistral forma de contar historias.