04/19
Volver‘La Zanja’:el colonialismo de ayer y de hoy
El periódico
José Carlos Sorribes
La compañía Titzina vuelve a La Villarroel con otro ejemplo de su teatro social que invita a la reflexión. ‘La zanja’ levanta un puente entre pasado y presente con la explotación del tercer mundo de telón de fondo
La historia es cíclica y se repite. Aunque sea 500 años después. Poca o ninguna diferencia hay entre la colonización del conquistador español Francisco de Pizarro en Perú en el siglo XVI y la que protagonizan hoy multinacionales en busca de materias primas, oro en ese caso, en aquellas mismas tierras. A ese discurso se agarran Pako Merino y Diego Lorca, el dúo de Titzina Teatre, en su nueva obra, ‘La zanja’, que presenta La Villarroel. Un montaje que sigue los parámetros de una personalísima forma de hacer teatral y con una carrera que ha tenido mayor reconocimiento fuera que en Catalunya. Y eso que fundaron su compañía hace ya 19 años en Cerdanyola del Vallès.
Son casi dos décadas y solo seis obras en su currículo. Una cifra corta que es fruto tanto del largo proceso de preparación de cada montaje como de su larga vida en exhibición. Merino y Lorca se lo guisan ellos solos, y a conciencia. Interpretan y firman la dirección y dramaturgia de todas sus propuestas, que obedecen a un teatro que invita a la reflexión y con carga política no exenta de humor.
Un accidente de un camino de una empresa minera que transportaba mercurio líquido, a mediados del año 2000, en una población peruana es el punto de partida de ‘La zanja’. La compañía, según algunos testimonios, ofreció dinero por recuperar el mineral líquido. Niños, mujeres y hombres lo hicieron al ignorar el daño que podía suponer para su salud.
La conquista de Pizarro
Recuerda ese episodio de forma indirecta el montaje, que se abre con Lorca narrando los antecedentes históricos de la conquista de Pizarro y de la ejecución del emperador inca Atahualpa. A partir de ahí, nos presentan el conflicto. Un técnico de la multinacional minera intenta sobre el terreno convencer al alcalde, un defensor de la tierra, de las bondades de su propuesta como una puerta al progreso y al bienestar de la comunidad. La retórica habitual, vamos, de quienes explotan los recursos del tercer mundo.
Merino y Lorca despliegan su discurso, que plantea preguntas y no da respuestas, con una imaginativa economía de medios. Ahí se percibe su formación en la escuela Lecoq de París. Un mínimo cambio –a partir de un objeto, del vestuario o de la acertada iluminación– introduce en un espacio casi desnudo un nuevo personaje (y son unos cuantos) en una trama que quizá tenga demasiadas ramificaciones argumentales.
Pero así son Pako Merino y Diego Lorca. Juegan, prueban y siempre dan una vuelta más a una puesta en escena fragmentada que hay que completar como un puzle. En ‘La zanja’ incluso hay ecos de la mitología inca presentados como un cuento propio del realismo mágico. Larga vida al dúo de Titzina.