05/24
VolverLa vida es lo que uno recuerda.
Heraldo Aragón
Javier Lopez Clemente
El psicólogo experimental Endel Turving propuso en el 1972 dos tipos de memoria. La episódica que nos permite recordar el qué, el cuándo y el dónde de una experiencia concreta. La autobiográfica que genera la conciencia de uno mismo en las narraciones del pasado y juega un papel fundamental en la construcción de la identidad personal.
El protagonista de BÚHO es un antropólogo forense que hace muchas preguntas a los huesos de los cadáveres para reconstruir unas historias con pocas certezas. Un accidente lo deja sin memoria, y ahora es él quien busca las respuestas que un psicólogo le invita a plasmar en las páginas de una libreta, para que pueda acercarse a la máxima del novelista Luis Landero: “Escribe lo que recuerdes y dirás la verdad”.
La dramaturgia potencia el valor narrativo de unos elementos técnicos que aúnan belleza y eficacia. Iluminación, espacio sonoro y proyecciones visuales transforman la escenografía para construir un puente entre la intensa claridad de un presente horizontal y la profundidad vertical de una memoria olvidada. Esa angustia que va de un mundo nítidamente reconocible a las sombras de una gruta donde yacen recuerdos, destellos de luz sobre fragmentos del pasado, y un hilo de Ariadna incapaz de encontrar la salida del laberinto hacia la vida.
El trabajo de los actores transita con fluidez y versatilidad entre dos niveles diferentes de interpretación. La apabullante sencillez orgánica les permite manejar la verdad de unos diálogos que giran una y otra vez sobre un desorden que se repite. La fuerza visual del trabajo corporal aporta verosimilitud a un mundo onírico, donde coreografías y gestualidad están a la altura narrativa de las palabras bien ordenadas, hasta conseguir que ritmo y movimientos transmitan deseos y emociones de una mente perdida.