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Enorme Titzina

El Diario Vasco

Roberto Herrero

Me acerco al nuevo espectáculo de Titzina con ilusión y miedo a la decepción ya que es difícil mantener el tipo cuando en sus tres anteriores trabajos se alcanzó niveles tan altos de calidad. El temor se disipa en cuanto empieza esta obra que, de principio a fin, mantiene un estilo tan propio como brillante.

Los descubrí en 2003 con «Folie a Deux, sueños de psiquiátrico», con la que consiguieron divertirme y emocionarme con un tema tan complicado y duro como la locura. Comprobé que no eran flor de una obra cuando tres años después asistí a la representación de «Entrañas», en la que el tema era la guerra, todas las guerras encarnadas en una mujer, Sole, y en nuestra matanza de 1936-39. Tres años más tarde aparecieron por aquí de nuevo con «Exitus» y la muerte. «Emocionan, pero sin manipular al público», escribí entonces. Esa frase sigue estando vigente en el teatro de estos dos tipos que también en su nueva propuesta cuentan historias tremendas con la habilidad del ilusionista.

«Distancia Siete Minutos» es un espectáculo enorme. Una obra que no para de crecer cuando finaliza la función. De nuevo trabajan desde lo mínimo para llevarnos a la abundancia de creatividad, de sensibilidad, de fuerza.
Coja usted un viaje espacial, un juez hundido por la realidad de la justicia, una plaga de termitas y un drama familiar de aúpa y sea capaz de construir, como hacen Diego Lorca y Pako Merino, una obra de teatro que supura vida, cosida con una excelente dramaturgia y presentada al espectador con sencillez a pesar de su complejo entramado. Dije en su momento que el teatro Titzina posee una melodía interna que va como un reloj y sigue siendo así. Vuelven a ser esa compañía deslumbrante que me encontré en un escenario de Eibar hace once años, pero con una solidez ganada en este tiempo de fértil creatividad.