04/19
VolverEl eterno drama del encuentro de dos mundos
El Pais
Toni Polo Bettonica
‘La zanja’, quinto montaje de Titzina Teatre, nos sumerge en el realismo mágico y trágico de la conquista de América. La de hace 500 años y la actual
«Aquí hay oro. Yo no tengo la culpa de que ustedes nacieran encima de él». Quien habla es un empresario minero del siglo XXI. «Mientras haya oro seguirán envenenándonos». Ahora habla el alcalde de un pueblo que, por lo visto, tiene la desgracia de encontrarse donde se encuentra. Ambos personajes son también, en la obra La zanja, que estará en La Villarroel de Barcelona hasta el 22 de abril, Pizarro y Atahualpa. La historia es la misma.
La zanja es el quinto montaje de Titzina Teratre tras Folliè a deux. Sueños de psiquiátrico (2002), Entrañas (2005), Exitus (2009) y Distancia siete minutos (2013). «Tardamos años en preparar nuestras piezas», reconoce Pako Merino. La documentación exhaustiva sobre los temas que tratan las obras es marca de la casa y requiere tiempo. «Esta vez hemos estado un mes en Perú, donde hemos conseguido hablar con las altas esferas de una gran empresa minera canadiense, hemos visitado las impresionantes minas a cielo abierto a 4.200 metros de altura, nos hemos mezclado con las gentes de pueblos casi fantasmas absolutamente dependientes de la minería, por lo tanto, del valor con el que fluctúan los minerales… ¡Nadie lo diría!» De este trabajo de campo lento, meticuloso, exigente, y del estudio de los antecedentes históricos, surge una atmósfera que recuerda al realismo mágico.
Un suceso real ocurrido en 2000 en el pequeño pueblo de Choropampa, en el altiplano de los Andes, sirve de base para armar toda una trama de corrupción moral, de abuso de poder, de mentiras, de avaricia y de prepotencia: lo que ocurrió fue que un camión de una empresa minera derramó accidentalmente mercurio líquido en medio del pueblo. La empresa ofreció dinero a la población para recoger el mercurio esparcido, sin saber los efectos que aquello provocaría en su salud.
«NO HA HABIDO TERAPIA HISTÓRICA»
El pasado jueves, tras la función de ‘La zanja’, a iniciativa de la plataforma de divulgación de las artes escénicas Recomana, charlaron sobre el alfombrado escenario los dos autores y actores de la obra con el profesor de historia de la Universitat Autònoma de Barcelona Antonio Espino. «La historia de la conquista ha sido sagrada hasta hace muy pocos años», consideró el profesor. «No ha habido terapia histórica porque siempre se ha validado la versión de los vencedores». Espino, que hizo una exposición de la «verdadera» conquista de Pizarro, subrayó que los españoles «sabían perfectamente lo que iban a hacer y lo hicieron sin piedad».
El diálogo principal entre un empresario minero que llega al altiplano con órdenes muy concretas y el alcalde del pueblo no deja de ser el choque entre dos mundos, tal como pasó en el siglo XV con el encuentro entre Pizarro y Atahualpa, y tal y como, probablemente, no ha dejado de suceder cíclicamente. De ahí la comparativa (odiosa) entre los dos personajes actuales (el empresario y el representante del pueblo) e históricos (Pizarro y Atahualpa).
Lorca y Merino, en una escenografía casi minimalista (un fondo ocre y unas alfombras sobre las tablas que esconden los elementos que utilizarán los actores, que no abandonan el escenario en ningún momento) despliegan un juego de precisión, desdoblándose en multitud personajes separados por 500 años de historia. Los vecinos del pueblo reunidos en asamblea; mujeres respirando mercurio para exigir una indemnización («tenemos que mantener los síntomas para negociar»); dos lugareños sin más distracción que leer el horóscopo en un diario viejo; el recepcionista clarividente y repelente de un hotel que se presume cochambroso o el empresario humanizado al llamar por teléfono a su familia (misión complicada: las líneas, ya se sabe, la cobertura…). Un cambio mínimo en el vestuario, en el gesto o incluso en la mirada, basta para cambiar de universo. En ello Titzina son expertos.
El contraste entre el empresario minero y el alcalde, una suerte de de sindicalista incorruptible, es brutal. El primero disfraza sus intenciones con discursos golosos e inapelables (el bienestar, la riqueza, la mejora de vida, el progreso…); el segundo, presuntamente ignorante, poca cosa, insustancial, desarma cualquier razón con la dignidad. “¿Ese dinero hará que dejemos de escupir sangre?”, le preguntará. «La historia es durísima», explica Diego Lorca. «Igual que los conquistadores jugaron con el engaño, no solo con su técnica militar más avanzada, y aprovecharon las disputas entre diferentes pueblos indígenas, ahora las promesas de una vida mejor crean esas mismas disputas entre los habitantes originarios de la zona».
La evolución de los personajes y de la trama plasma con crudeza cómo el destino de gente extremadamente pobre queda en manos de intereses tan alejados de su verdad, de su tierra, de su origen… El espectador asiste, entre latigazos de humor, a mil historias en una, donde todo tiene un sentido, todo está estudiado y nada es gratuito.Todo, verbalmente y físicamente, no deja de ser una feroz crítica a una situación que siempre quedará disfrazada de intereses.