04/23
VolverBúho: los hilos de la memoria
Metropoli abierta
José María Asencio Gallego
Desde el 19 de abril al 14 de mayo Titzina será la compañía residente en la sala Beckett, en Poblenou
Son las ocho de la tarde. El teatro está lleno. Me levanto y reviso la platea para comprobar si, a pesar de mi conclusión inicial, queda todavía alguna butaca libre. No es así. Están todas ocupadas. Al fondo, incluso, hay algunas personas de pie. Parece que no les importa. Han venido a ver a Titzina. Han venido a ver a Pako Merino y a Diego Lorca. Su última obra, titulada simplemente BÚHO, sin más pretensiones.
Un minuto después, las luces se apagan. La penumbra se adueña del teatro y, tras un breve silencio, comienza la música. Una figura se mueve en el escenario. Se desplaza a un lado y a otro hasta que, de repente, encuentra algo y se para en seco. Es un hombre, un antropólogo forense que, en soledad, en un lugar tan yermo y lóbrego como es el subsuelo, lleva a cabo su trabajo con total normalidad.
Las cosas, sin embargo, no suelen ser lo que parecen. Y este hombre, en apariencia igual que los demás, sufre de un mal que afecta gravemente a su memoria. A causa de un ictus, ha perdido sus recuerdos y ha olvidado quién es, qué hace y dónde está. Una mera interrupción del flujo sanguíneo en su cerebro y se acabó. Toda una vida borrada porque, como dijo Ernesto Sábato, que, al igual que a Titzina, le obsesionaba la oscuridad: “vivir consiste en construir futuros recuerdos”.
Los médicos tratan de ayudarle. Emplean técnicas dispares. Juegan con luces, con sombras y con objetos de toda índole, ninguno de ellos, en contra de lo que pudiera pensarse, carente de significado.
Y es que Búho no es una obra más, no es mero entretenimiento, no ha sido escrita con diálogos vacuos y estériles. Cada cosa está donde debe estar. Todo con la finalidad de transportar al espectador a lo más profundo de los recuerdos, no ya del ficticio antropólogo, sino de los suyos propios. A ese viaje que nos marcó para siempre con hierro candente. A esa mujer que, una noche, hace ya demasiado tiempo, desapareció en la bruma. A nuestros padres, a nuestras hermanas. Y en fin, a todo aquello que, poco a poco, fue construyendo nuestra identidad.
Los arcanos de la memoria, existentes en su inexistencia material, se entremezclan con la negrura de las profundidades de la tierra, en un claro símil que nos empuja al deseo de entender lo ininteligible.
Imagínense ustedes la vida de Clive Wearing, el director de orquesta británico al que una enfermedad repentina le privó de su memoria hasta tal punto que, desde hace más de dos décadas, es incapaz de recordar más allá de los siete segundos anteriores. Es prácticamente imposible. Pero Pako Merino y Diego Lorca logran mostrárnoslo como si lo experimentaran en sus propias carnes.
Durante meses visitaron lo desconocido, las alcantarillas y los túneles de la Ciudad Condal, de Barcelona, con espeleólogos, exploradores urbanos, policías de la unidad del subsuelo. Y también visitaron a médicos, neuropsicólogos y pacientes del Instituto Guttmann. Un universo de conocimiento se abrió ante ellos. Y sin duda lo supieron aprovechar.
Así, tras largas jornadas de trabajo, surgió BÚHO, la obra con la que ya han recorrido decenas de teatros en España y Centroamérica y que, sin duda, seguirá durante mucho tiempo, con letras muy grandes y en mayúsculas, en los carteles de otros tantos lugares.
No se lo pierdan. Desde el 19 de abril al 14 de mayo serán la compañía residente en la sala Beckett, en Poblenou. Merece la pena dejarse caer por allí.